15/11/15

Vacuna contra el fanatismo.

Odio las vacunas
Lo inmune nos separa de lo real,
construye un muro implacable
y nos obliga a mirarlo
desde abajo,
para que sepamos que no lo saltaremos.
Las vacunas nos convierten
en niños burbuja,
que no saben cómo huele la calle,
el mundo, o la lluvia.
Nos quitan cualquier forma de disfrute.
Hoy imaginé que un mundo
en el que las personas están vacunadas
contra el amor y el entendimiento.
Un mundo en el que la religión
se confunde con fanatismo,
y la misión evangelizadora
con la entrega de fusiles.
El caso es que los civiles
salían a la calle
con sus nuevas adquisiciones
entre las que había balas
y la frialdad suficiente
como para dejar una ciudad
en la que la luz sale de las personas,
totalmente a oscuras.
Hubo un hombre
que escuchó la noticia
y encendió 100.000 velas,
para demostrar
que toda la luz que se roba
se invierte en la producción de fuego.
Y el fuego, si se extiende,
forma un incendio.
Aún tengo la esperanza
de que el bosque del fanatismo
y el racismo se extinga
gracias a esas personas
que son fuego
y provocan más ruido
que cualquier misil,
atravesando más corazones,
que todas las balas del enemigo juntas.
Ojalá que lo inmune se acabe
para poder sentir la realidad de una sociedad
donde lo que defina a una persona,
sea su capacidad de amar
y empatizar,
en lugar de asociarse radicalizando.
Ojalá que nada nos aleje
de lo tangible del amor
y lo intangible de las balas.
Ojalá que el virus llamado humanidad
contagie de manera universal,
sin que dé tiempo a encontrar la cura.

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